sábado, 29 de diciembre de 2012

Atmósfera adentro


Me he masturbado todo el día, sin descanso el clítoris palpita, bombeando viajes inolvidables de regreso  a vidas primitivas ocultas en mi espiral abierta.

Masturbando mis entrañas penetro los vacíos y me ahogo en el orgasmo de palpar la atmósfera de mis órganos, desgarrando vagina abierta,  flotando entre ovarios sagrados… más allá de todas las constelaciones, reina el calor en la temperatura de mi cuerpo, adentro de la piel, suspendido en mi grosor, me excito al cerrar mis ojos e imaginar diminutos diamantes, adentro de mi sangre, flotando en el entorno que resguarda mi carne.

Después del derrumbe tambalean mis piernas y me dejo caer en tu ser abstracto, carente de piel, guardián de la carne paraíso  que saborea mi pensamiento cuando evoca tu imagen bella a la luz del medio día, o  en la tenue oscuridad de la sala de un teatro.

Sutil, mi imaginación absorbe tu cuerpo y veo nuestras pieles erizas, palpitantes por un tambor que se esconde en el ombligo. No puede tener otro sabor la libertad que este que me otorga pensarte en sinergia con mis filias profundas y punzantes, que envuelven tu ser en una fantasía de  ternura despiadada que enamora mis sentidos y paraliza mi materia ardiente por explotar ante tus ojos e inundar tus poros como una tormenta de invierno.

Sofocada regreso al cuerpo y la poesía no me cabe en la garganta, se mama mi sangre y escupe tinta, necesita carne y yo te huelo cerca, rondando desnuda con tu piel olor a primavera. Enigmática y quizá dispuesta a ser la superficie de la palabra que brota de mi lengua, que precisa carne como arena, en temporada de sublimes oleadas que desaparecen al final de cada noche. 

Piel vacía


El sonido del interruptor aconteció la luz blanca que salió disparada del foco del techo, el hombre de blanco abrió la cámara refrigerada y entre cortinas transparentes, vi un cuerpo desnudo asomarse sobre una camilla. El cuerpo emblanquecido reposaba inerte y frío, era él. Estaba desnudo, con el torso partido y decorado por una trenza de hilo negro que atravesaba su carne del ombligo a la garganta. Con los ojos vacíos; uno algo medio abierto,  dejaba ver al paisaje muerto, de sus ojos verdes y ahora baldíos.

Movida por la nostalgia de lo perdido, de lo que había huido mi mano aterrizo en su hombro y se encorvo cohibida ante la carne muerta y fría, congelada tras varios días en la morgue del pueblo.  

Levemente mi mano comenzó a moverse, como si acariciara a un recién nacido con temor a lastimarlo, y enternecida por la nueva vida,  sentí la piel vacía y recordé al vagabundo de hace unos años,  recordé al cristiano que eyaculaba alcohol en el nombre de cristo. Recordé al farsante más tierno del mundo, al muchacho que entre piedras de crack consumió su potencial para sobrevivir a esta vida. Hundido en la agonía constante, delinquir entre delirios de sanación fue la única opción para calmar el dolor de la soledad ausente, lejos de la piel, lejos de casa.

Todo se había derrumbado, disperso y ahora, ya no existía más.  Levante la mirada fulminada por un pasado con el que el único reencuentro era la muerte… inesperada siempre, pero siempre tan real y verdadera como nada más. 

Despejando la mirada en la luz blanca, fría e invasiva del techo, con el corazón latiendo agotado y muriendo, afirme que el cuerpo sobre la camilla, solía ser mi hermano mayor.