jueves, 23 de mayo de 2013

G. 1. 23.05-13


Nunca nadie abrirá la boca igual que vos, ni mi lengua podrá deslizarse sobre labios tan suaves como los tuyos y nunca mi saliva correrá por tan oscuros túneles como los de tu garganta pájaro que canta e ilumina todos mis centros.

Pienso en vos y siento que no dejaré de cagarte en toda la vida, después de vos alimento, leche de diosas, miel de abejas sagradas que me pinchan la piel hasta hacerme morir de una irremediable ternura. Digerirte no es nada fácil, pues tu recuerdo, tu olor y tu mirada han quedado pegados en mi piel como tatuajes de fluidos que se funden sobre mí asentando permanencia.

Quiero hundirme en la carretera de tus piernas extendidas sobre la cama de porcelana que vive propensa a quebrarse en un mal tambaleo. Tu piel me llama a lamer el pavimento, con ese sabor tuyo impregnado en el cemento, de frutos innombrables que solo existen en mundos que no existen ni pueden ser pensados desde un mundo putrefacto como este.

Por eso no me atrevo, a nombrar tu sabor porque nunca lo he descubierto. Porque cada mañana nacías con un sabor diferente, de esa tu gama infinita que me carcome por dentro en la desgracia de cesar mi recorrido por tu cuerpo.

Has de ser una maldición vos, de esas que bendicen la existencia y la enriquecen en tristezas que le desgarran el alma a una y le abren ventanas desde adentro, hacia distintas direcciones.

En esta transformación prometo dejar caer todas mis flores, todos mis pétalos y muy detrás de ellos, también se irán mis semillas. Y extrañaré mucho sentirme en tu pico que mastica mi materia y me traga a su organismo interno para ser alimento, para ser nutriente y luego de ser muerte convertirme en vida latente adentro de tu ombligo. 

Por ahora solo acaricio al tiempo desde esta estación que no precisa ni llegadas ni salidas, pues en cada viejo tren que atraviesa mi memoria, vos adornas los vagones  que me devuelven  vida.

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