Recuerdo las noches a la orilla de la garganta; cuando me confesaste que la bestia no eras vos y que no sabías donde encontrarla. Yo te creí y comencé a buscarla por todas partes. Tu cara entonces cambió, y en tus ojos esmeralda pude ver los destellos suicidas más bellos de la vida.
Esa noche supe, amor, que la bestia era yo, y que irremediablemente, mi garganta sería el vacío.
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