Me vine, desde adentro salí disparada de un pene erecto y
venoso, como semen espeso derramado en
la pierna de mi amada. Enfurezco, cada vez que esa sensación me absorbe. Mientras
me masturbo el placer no tiene fin, las imágenes son inagotables y caen segundo
tras segundo, pudriendo mis heridas abiertas.
Me imagino en tu conducto vaginal, invadiendo con mi carne
tus grutas sagradas, serpenteando entre
tus piernas, tocando el cielo vaginal que se derrama en llanto de placer al
sentirme viscosa adentro.
Yo no necesito una verga, no es el poder fálico el que anhelo, tampoco la verticalidad y dureza ni lo grotesco de su fachada erecta. Alucino la temperatura vaginal rodeando el bulto de carne que me palpita desquiciado, incitado al terrorismo de derramarse adentro. Imagino tu estrechura ante mi paso expansivo, tu movimiento circular, la inmensidad de sentirnos una y compartir mareas internas.
Cuando mi animal despierta, como un conejo hipnotizado que
salta sobre una zanahoria ensangrentada, viendo hacia el horizonte; mi clítoris
se transforma y pareciera tener entre las piernas la flor más bella del universo. Entonces agarra forma… por fin mi placer sincero se manifiesta y puede
decir más de lo que mi lengua diría en otros lenguajes.
Dejo de escribir y me detengo extasiada, a observar la transformación
de mis genitales; su volumen, su color,
su ritmo. Y así, aflorada, desgarro cada
una de las imágenes volátiles que me incitan a adentrarme y me derramo en el
instante en que la vagina madre se traga mi carne, en el abismo de mi pensamiento.
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