Me he masturbado todo el día, sin descanso el clítoris palpita,
bombeando viajes inolvidables de regreso a vidas primitivas ocultas en mi espiral
abierta.
Masturbando mis entrañas penetro los vacíos y me ahogo en el
orgasmo de palpar la atmósfera de mis órganos, desgarrando vagina abierta, flotando entre ovarios sagrados… más allá de
todas las constelaciones, reina el calor en la temperatura de mi cuerpo,
adentro de la piel, suspendido en mi grosor, me excito al cerrar mis ojos e
imaginar diminutos diamantes, adentro de mi sangre, flotando en el entorno que
resguarda mi carne.
Después del derrumbe tambalean mis piernas y me dejo caer en
tu ser abstracto, carente de piel, guardián de la carne paraíso que saborea mi pensamiento cuando evoca tu
imagen bella a la luz del medio día, o
en la tenue oscuridad de la sala de un teatro.
Sutil, mi imaginación absorbe tu cuerpo y veo nuestras
pieles erizas, palpitantes por un tambor que se esconde en el ombligo. No puede
tener otro sabor la libertad que este que me otorga pensarte en sinergia con
mis filias profundas y punzantes, que envuelven tu ser en una fantasía de ternura despiadada que enamora mis sentidos y
paraliza mi materia ardiente por explotar ante tus ojos e inundar tus poros
como una tormenta de invierno.
Sofocada regreso al cuerpo y la poesía no me cabe en la
garganta, se mama mi sangre y escupe tinta, necesita carne y yo te huelo cerca, rondando desnuda con tu piel olor a primavera. Enigmática y quizá dispuesta a ser la superficie de la palabra que brota de mi lengua, que precisa carne
como arena, en temporada de sublimes oleadas que desaparecen al final de cada
noche.
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