El sonido del interruptor aconteció la luz blanca que salió
disparada del foco del techo, el hombre de blanco abrió la cámara refrigerada y
entre cortinas transparentes, vi un cuerpo desnudo asomarse sobre una camilla.
El cuerpo emblanquecido reposaba inerte y frío, era él. Estaba desnudo, con el
torso partido y decorado por una trenza de hilo negro que atravesaba su carne
del ombligo a la garganta. Con los ojos vacíos; uno algo medio abierto, dejaba ver al paisaje muerto, de sus ojos
verdes y ahora baldíos.
Movida por la nostalgia de lo perdido, de lo que había huido mi mano aterrizo en su hombro y se encorvo cohibida ante la carne muerta y fría, congelada tras varios días en la morgue del pueblo.
Movida por la nostalgia de lo perdido, de lo que había huido mi mano aterrizo en su hombro y se encorvo cohibida ante la carne muerta y fría, congelada tras varios días en la morgue del pueblo.
Levemente mi mano comenzó a moverse, como si acariciara a un recién nacido con temor a lastimarlo, y enternecida por la nueva vida, sentí la piel vacía y recordé al vagabundo de hace unos años, recordé al cristiano que eyaculaba alcohol en el nombre de cristo. Recordé al farsante más tierno del mundo, al muchacho que entre piedras de crack consumió su potencial para sobrevivir a esta vida. Hundido en la agonía constante, delinquir entre delirios de sanación fue la única opción para calmar el dolor de la soledad ausente, lejos de la piel, lejos de casa.
Todo se había derrumbado, disperso y ahora, ya no existía
más. Levante la mirada fulminada por un
pasado con el que el único reencuentro era la muerte… inesperada siempre, pero
siempre tan real y verdadera como nada más.
Despejando la mirada en la luz blanca, fría e invasiva del
techo, con el corazón latiendo agotado y muriendo, afirme que el cuerpo sobre
la camilla, solía ser mi hermano mayor.
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